Homenaje a Paolo Fabbri

Desde la Asociación Española de Semiótica, la Junta Directiva y los amigos de la AES han querido dejar constancia de la amistad y admiración hacia el recientemente fallecido Paolo Fabbri. Sirva este rincón como homenaje a la grandeza intelectual y personal de Paolo Fabbri.

La primera clase con Paolo Fabbri

Charo Lacalle (Presidenta de la AES / Universitat Autònoma de Barcelona)

Bologna, las cuatro de la tarde en un día brumoso de otoño. El aula, a rebosar. Entramos con sigilo y nos sentamos en la última fila. El técnico le está ajustando el micro al profesor Fabbri. Uno-due-tre-ciao-benvenuti. La voz, extraña. ¿Rota? Va vestido de negro. Alto, delgado, ágil. Comienza la clase hablando de Las revoluciones científicas, pero no sigue un orden preciso. Inútil tomar apuntes a la española porque entonces no le sigo. Enlaza Khun con Copérnico; Copérnico con Benveniste; Benveniste con Lévi-Strauss; Lévi-Strauss con … Sugerente. Cautivador. Diferente… La chica con los labios pintados de rojo, sentada en la tarima del orador, pone en marcha una grabadora. Los doctorandos y algunos profesores que frecuentan el seminario de Eco se sientan en las primeras filas. El resto del público es, más que heterogéneo, colorista. Estudiantes de todos los cursos y repetidores de una cierta edad. En el extremo opuesto a la puerta por donde hemos entrado hay tres punks con expresiones reconcentradas. Veo a Ángelo, el mendigo filósofo que pide limosnaen la esquina del DAMS. Mara me dice que el señor del traje azul es el concejal de cultura y la mujer rubia, con el pañuelo de rayas enrollado en la cabeza, la novia francesa del professore. Dos horas que transcurren en un suspiro, salpicadas de preguntas a las que orador responde con precisión y extremada cordialidad. Una mezcla peculiar de sesentaiochero y gentleman, pienso. La lección, sorprendente. El personaje, fascinante.

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Paolo Fabbri en el bautizo de la AES

José Romera Castillo (Fundador y presidente de honor de la AES / Director de Signa. Revista de la Asociación española de Semiótica)

Componer una imagen de cualquiera, en general, y del querido amigo y maestro Paolo Fabbri, en particular, cuando existen numerosas posibilidades, debido a unas actividades comunes intensas, es siempre arriesgado y, sobre todo, conduce a la parcialidad. Por ello, dentro del coro de voces amigas que hoy lo evocamos, traeré a colación una tesela importante y significativa que complete su retrato y el nuestro.

Como es bien sabido por nuestros colegas semióticos, por iniciativa mía, el 23 de junio de 1983, se creaba la Asociación Española de Semiótica (AES), acompañado de Cesare Segre, presidente entonces de la International Association for Semiotic Studies, en el magno Congreso sobre Semiótica e Hispanismo, celebrado en Madrid, que se ha constituido, a lo largo de los años -y van 37 desde su creación-, en el núcleo aglutinador más importante de los estudiosos del tema en España, organizando cada dos años un congreso internacional y publicando, bajo mi dirección, Signa. Revista de la Asociación Española de Semiótica.

Pues bien, tras el nacimiento, era necesario iniciar su andadura por el proceloso mar científico de la España de entonces, que comenzaba a restituirse y enlazarse con Europa, fundamentalmente. El primer paso, lo dio la AES en su inicial Simposio internacional, celebrado en la histórica y monumental ciudad de Toledo, bajo mi coordinación, del 7 al 9 de junio de 1984, en el colegio universitario y la Fundación Ortega y Gasset, sobre el tema genérico de Teoría semiótica, como demandaba la ocasión, con la asistencia unos 200 participantes, como puede verse en las Actas, publicadas en mi libro Semiótica literaria y teatral en España (1980).

En ocasión tan importante, contamos con la participación de tres invitados espaciales, además de quienes formaban la junta gestora (Jorge Lozano, Cristina Peña-Marín, José M. Pérez Tornero y Rafael Núñez Ramos). Los invitados fueron: por España, el prestigioso filósofo José Luis L. Aranguren; por Francia, Eric Landowski y por Italia, Paolo Fabbri -¡qué plantel!-

Pasamos tres días inolvidables, uniendo a las reflexiones rigurosas y profundas sobre el ámbito de la semiótica, cordiales y amicales charlas. Allí tuve la oportunidad de conocer e iniciar una amistad duradera con Paolo Fabbri, del que siempre admiré su abarcador saber, su manifiesta humildad y su trato exquisito y cordial. Su intervención versó sobre su concepción de la semiótica, muy en la línea entonces de la de su amigo Umberto Eco, que también colaboró con la AES en diferentes ocasiones. Esbozaba -lo supimos después- las líneas maestras y básicas del giro semiótico, que posteriormente plasmaría en uno de sus libros más importantes. Los resultados del congreso toledano los publicamos, bajo el rótulo de Investigaciones Semióticas. I, por el CSIC, en 1986, aunque no pudimos obtener el texto de su intervención. Hecho que no era extraño en su quehacer científico, más de exponer oralmente que por escrito, pero nos sembró una semilla muy fructífera en todos los que tuvimos la oportunidad de escucharle. El Paolo da Rimini, “Abbas agraphicus”, como lo evocara Eco en El nombre de la rosa, se inserta en el círculo de grandes pensadores, como el fundador europeo de la semiología, Ferdinand de Saussure, que dejaron su estela de viva voz más que, en principio, en la letra impresa, aunque posteriormente fuese este medio el que diera pervivencia a sus postulados.

Esta es la primera vez que oficialmente la AES acogió sus enseñanzas. Enseñanzas prolongadas en otros congresos posteriores. Lo cierto es que se nos va uno de los grandes de la semiótica europea, dejando una huella elefantiásica en nuestro círculo, pero, teniendo siempre en cuenta que, como los rockeros, los viejos(sabios) semióticos nunca mueren. Un gran y agradecido abrazo, querido Paolo, aunque sea a distancia…

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Paolo Fabbri. El seductor de voz cascada

Cristina Peñamarín (Universidad Complutense de Madrid)

Él era un joven profesor de voz cascada, enseñante de semiótica en el DAMS de Bologna, junto a Umberto Eco, Omar Calabrese, Patrizia Violi, y yo era una estudiante que me creía escasamente formada, aunque había terminado en Madrid mi carrera. Hacíamos piña en las filas de estudiantes los tres hispanohablantes, Jorge Lozano, Lucrecia Escudero y yo. Con su extraña voz, Fabbri hablaba una lengua oscura y fascinante. Tenía el atractivo irresistible de quien sabe inducir a pensar, quien nos desafía a creer que podemos ir más allá de los límites que suponíamos inamovibles. Sabíamos de él antes de llegar a Bologna, Miquel de Moragas nos había elogiado el DAMS precisamente porque allí podíamos aprender semiótica con Eco y con el greimasiano Fabbri, dijo. Aquel colegio de sabios no dejaba de asombrarnos, pero he de decir que en mí fue Fabbri quien ejerció la principal seducción y años después le pediría que dirigiera mi tesis doctoral. En su palabra había múltiples aperturas y cuestionamientos, más que respuestas o cierres, penetraciones incisivas en campos ignotos, aproximaciones a terrenos inexplorados que prometían luminosos hallazgos. Cierto que con el tiempo se fue cerrando en cierta fortaleza, haciendo castillo de La Semiótica, con mayúsculas, la estructural, que él creía su deber impulsar y defender, así como inducir a otros a hacerse soldados de su causa. No por eso perdió sutileza o dejó de interesarse por los saberes que podían venir de otros lugares, eso sí, sólo de lugares amigos, teoría del arte, antropología, cierta filosofía, historia o sociología, y de algunos de sus muchos amigos estudiosos. Su mayor atractivo residía en el ejercicio de la palabra hablada, en clases y conferencias, pero también en la conversación, donde exhibía una cortesía exquisita y a la vez cálida y risueña, una atención personal cuidadosa de no dejar a nadie, de quienes apreciaba, desatendido o marginado. Porque también era feroz en sus rechazos y odios, que se empeñaba en hacer que fueran compartidos por su entorno.

Un día me dijo, y no recuerdo a qué venía, que la muerte no importa cuando se tiene un proyecto que otros continuarán tras la desaparición propia. Aunque parte de su proyecto vital no me atrae ahora, me sigo volcando en sus escritos, donde siempre encuentro alguna joya, de esas que coleccionas para observarla detenidamente de cuando en cuando, para ponerla en medio de un esfuerzo propio y verla fructificar y abrir caminos donde parecía que no era posible avanzar. Si bien su escritura carece del brillo de su oralidad y no es favorecida por el peculiar movimiento asintótico de sus ideas, que en su habla llegaba a componer una música envolvente, me sigue admirando. Junto a la memoria de su persona, nos quedan sus escritos, con su enorme capacidad de conocimiento, su potencia polémica, su genio para aportar esa chispa original que hace resplandecer todo un ámbito de estudio.

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Ad-dio

Lucrecia Escudero Chauvel (Universidad de Lille)

La primera vez que vi a Paolo Fabbri fue en el curso de Teoria de la Informacion que dictaba en el DAMS de la Universidad de Boloña que se había inaugurado recientemente. Era octubre de 1976 y era su primera lección. Estábamos sentados en la segunda fila Jorge Lozano y Cristina Penamarin, lo que luego se llamo “el grupo de los hispanoparlantes”, pero nosotros no nos conocíamos aun. Su clase, como en el texto de Barthes que lo inspiraba tanto, la dedico a las múltiples estrategias de uso de los anteojos negros – para el todo era sujeto de semiosis - y dirigiéndose a un horizonte infinito detrás nuestro, explico la forma de mostrar cómo se había llorado.

Recuerdo que nos dimos vuelta y vimos a una bellísima mujer que llevaba precisamente, anteojos negros. Luego usando el pizarrón escribió con esa letra de mosca que tenía, dinámicas entre letras, -nada se puede leer sino en relación – y empezó su curso sobre las estrategias. Pensaba e iba produciendo conceptos ad hoc. Absolutamente fascinada, le saqué una foto, y fijé un gesto que le era propio, el del índice con el pulgar, que usaba cuando estaba explicando algo y que indicaba la pertinencia de un concepto en su abecedario gestual. “Miren hacia allí” decía esa mano. Pero atrás estaba escrito ya AD-DIO.

Un mago, un prestidigitador que sacaba de la galera ideas, relaciones y oposiciones como fuegos de artificio. Eso que veíamos y escuchábamos no era un ovni, era un semiólogo en acción. Porque la pragmática estaba indisolublemente asociada a su forma de hacer semiótica, siempre cerca de los textos. Decía: “La Semiótica es una disciplina a vocación empírica ”. No nos confundamos por favor, no tiene nada que competir con las neurociencias. La Semiotica gana ahí donde produce la diferencia. Y así fue como empezó su tarea de alfabetizador y nos enseno a leer el mundo sub especiesemiótica.

AD-DIO : mostrando que todo es provisorio, como un asceta despojado al que le gustaba solo leer y mirar cuadros y que - este es un rasgo que me parece importante- estaba de paso, en una temporalidad suspendida, que el pulía como un diamante. Siendo un hombre de una extremada elegancia, vivía fuera del mundo del consumo teorizando sobre el dandismo, porque él era un supremo dandy, concepto de profundo espesor trágico, del que su agrafismo formaba parte. Toda su trayectoria intelectual fue una pelea contra la banalidad. Ese era el efecto Fabbri.

¿Qué decir? Siguieron muchos años, décadas, de una amistad y generosidad sin fallas. Hecha de risas y llantos, de congresos, coloquios, viajes, lecturas, exposiciones, siempre mostrando más allá, como en un horizonte, lo que era la Semiotica. Y esa pasión nos la dejo como un don a aquellos que lo conocimos y lo escuchamos, que por suerte somos muchos a lo largo de varios continentes. Viajar con él era una fiesta, todo le interesaba, porque viajar era discurrir espacialmente una forma de descubrimiento. En un viaje de Italia a Paris cuando aún había fronteras escribió “Semiólogo” en la ficha de la Aduana. Semiólogo, palabra mágica, se mi ó logo!

Convencida que estaba frente a un autor prolífico, aunque Eco sostenía lo contrario, le fui pidiendo uno a uno sus escritos sueltos, con muchísimo tacto, porque era un hombre de pudor extremo frente a la escritura, ya que siendo un augur, cultivaba básicamente la oralidad encantatoria. Vimos juntos los últimos cuentistas orales que los domingos recitaban leyendas colectivas en las plazas de Coyoacán y de Oaxaca. Era 1985, minutos antes del terremoto que asolo la ciudad de México. El pregunto: “En que estación estamos, porque el aire es raro”. Era el otoño, y ahí empezamos a diseñar el proyecto de la traducción de sus escritos al español que fuera luego Tácticas de los Signos. Salió en Gedisa, en la colección que dirigía Eliseo Veron, otro de sus grandes amigos con los que podía discutir toda una noche, que se llamaba, -suprema coincidencia- El Mamífero Parlante.

Cuando murió Eliseo, me llamo inmediatamente y se llegó hasta mi casa en Paris. Dijo “La mejor manera de sobreponerse a la pena es tener un proyecto, organicemos un coloquio para recordarlo y el próximo año estaremos mejor” y así armamos el encuentro de Urbino 2015, lugar donde se habían encontrado tantos años en el mítico Centro Internacional de Semiotica que ahora Paolo dirigía.

Paolo ha sido el duende de la Semiotica, Puck, el personaje shakesperiano que producía desorden para que se pudiera entender mejor el orden, sin duda un magnifico e irrepetible agitador de ideas. Si existe un cielo de semiólogos, y estoy convencida por la forma que tienen las nubes, hoy se está encontrando ahí con Umberto Eco, Algirdas J. Greimas y Roland Barthes que lo reciben esperanzados contando con que nosotros planearemos una gran fiesta para celebrarlo en la próxima primavera. Porque el ultimo grande, no apagó la luz.

Lucrecia Escudero Chauvel, 2 de Junio 2020

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Miguel Martín (Universidad Complutense de Madrid)

Desde que me integré en el GESC, Paolo Fabbri siempre ha sido un punto de referencia y un guía fundamental de las investigaciones y reflexiones que se planteaban dentro del grupo. En nuestras reuniones era frecuente aludir a sus planteamientos, sugerencias y propuestas para el desarrollo de nuestro trabajo de investigación.

Tuve la ocasión de conocerlo en persona al comienzo de mi periodo como investigador FPI del proyecto dirigido por Jorge Lozano ‘El periodista como historiador del presente. Análisis del documento en las nuevas formas de la información’. Por entonces, yo aún no sabía muy bien quién era, había comenzado recientemente mi formación en semiótica y trataba de tomar nota de lo que mis compañeros discutían y proponían en los seminarios del grupo. Era 2016 y en ese momento se estaba gestando la edición del volumen Elogio del conflicto (Sequitur, 2017). Si algo debo destacar de ese encuentro fue su defensa de la semiótica como disciplina, no sólo por su utilidad para las ciencias humanas, sino por el valor de su método, tantas veces utilizado como silenciado.

Tiempo después, en 2017, durante XVII Congreso Internacional de la Asociación Española de Semiótica (AES) y I Congreso Internacional de la Asociación Ibérica de Semiótica (AIS) celebrado en Lisboa, Fabbri fue el encargado de inaugurar este Congreso. Durante el mismo tuve la oportunidad de conversar con él pausadamente sobre mi tesis y de realizar una entrevista que posteriormente saldría publicada en Revista de Occidente. Me sorprendió su cercanía y su actitud paciente y comprensiva frente a mis intentos por articular lo que por entonces eran meras intuiciones de cómo quería enfocar el objeto de mi investigación.

Más adelante, invitado por el GESC, Fabbri volvió a visitarnos en Madrid, fue en 2018, y en esta ocasión impartió la conferencia ‘El tatuaje como documento’ en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Con motivo de este acto tuve la posibilidad de conversar de nuevo con él y terminar la entrevista que inicié en Lisboa. De ella destacaría su capacidad para abordar de un modo rigurosamente semiótico fenómenos tan actuales como la propaganda del Estado Islámico, el terrorismo de ISIS y la aparición de los ‘lobos solitarios’ en Europa. No en vano titulamos el volumen que recogía las conclusiones de nuestro proyecto de investigación Documentos del presente. Una mirada semiótica (Lengua de Trapo, 2018), título con el que quisimos hacer un reconocimiento al pensamiento de Fabbri, pues fue él quien acuñó la expresión “sguardo semiótico” en contraposición al “mal de ojo de la sociología”.

Creo que para aquellos que no tuvimos la oportunidad de conocerlo mucho en vida, su mejor herencia -además de su brillante forma de exponer sus planteamientos en artículos y entrevistas- es la de poder contar con personas que siempre le fueron fieles y que aún hoy siguen su ejemplo, tratando de hacernos partícipes de su modo de pensar y, sobre todo, de su modo de vivir y de entender la Universidad. En ese sentido, pienso que el mejor homenaje a Fabbri sería mantener vigente su lucha por reivindicar la semiótica en el ámbito de las ciencias humanas.

En esta empresa echaremos mucho de menos tu guía y tus consejos. Gracias por tu generosidad y por la gente que formaste durante tu magisterio. Hasta siempre Fabbri

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Óscar Gómez (Universidad Complutense de Madrid)

La pérdida de Paolo Fabbri ha producido un aluvión de muestras de condolencia, afecto y gratitud en el ámbito de la semiótica mundial. Confirman algo que por otro lado ya sabíamos: Fue una figura irrepetible, fundamental. Un sabio, que hizo de la semiótica su proyecto de vida. Un gran maestro, y maestro de maestros. Somos muchos los que quedamos en deuda con su enseñanzas.

Creo recordar que la primera vez que asistí a un acto suyo fue en una conferencia de inauguración del Máster en Periodismo de la UCM. Allá por 2007, estábamos inmersos en la guerra de Irak y Paolo ofreció una disertación brillante sobre el problema de la “enunciación y la objetividad en el periodismo”. Yo estaba concluyendo la licenciatura y, aunque gracias a la docencia de Jorge Lozano había podido leer varios de sus textos, quedé absolutamente fascinado con el alcance de sus propuestas y con su potente elocuencia y elegancia. Su manera de articular el contenido de las ponencias, laberínticas, sabias, instructivas, sugerentes, rigurosas, bellísimas, constituyen uno de los aspectos que convierten a Paolo Fabbri en un intelectual único. Después vinieron otras muchas conferencias, seminarios en el GESC, actos en la universidad, encuentros en congresos… Y esa sensación se repitió siempre.

Recuerdo, por ejemplo, las que ofreció en Madrid, en su célebre itagnolo, sobre el problema de la traducción intersemiótica en la obra de Joseph Kosuth, o la última sobre el tatuaje, o el seminario que nos impartió, en el marco de nuestra investigación sobre WikiLeaks, sobre las estrategias conflictuales del secreto y en la que saltaba, con una coherencia sobresaliente, de la semiótica del complot al análisis del logo de Anonymous, de la figura de Snowden a la importancia de los rumores en las guerras, para concluir incidiendo en la necesidad de que trabajásemos sobre las bases de una semiótica “marcada”. De hecho, defendió, la semiótica “está orientada a los sistemas de resistencia, falsificación y enmascaramiento”. También recuerdo las que ofreció en dos de los últimos congresos de esta sede: esa bellísima conferencia sobre el diálogo entre Dante, Galileo y sus respectivas “lecciones” sobre el infierno que impartió en Bilbao, o la que ofreció en Lisboa sobre el problema de los “modelos”, y en la que aprovechó para escurrir un emotivo homenaje a Umberto Eco, que había fallecido recientemente. La lista completa sería ciertamente amplia porque Paolo Fabbri hizo mucho por mantener vivos y dinámicos los estudios semióticos en este país.

En estas circunstancias, recuerdo especialmente una tarde que coincidimos en Urbino. Me encontraba en Siena haciendo una estancia doctoral en el ahora CROSS que dirige Tarcisio Lancioni, y me desplacé unos días a la ciudad con motivo de la celebración del seminario “Storie de Barthes” que coordinó Gianfranco Marrone y en el que participaban, entre otros, Jorge Lozano y Paolo Fabbri.

Por motivos de logística tuve que llegar la tarde antes de la celebración de las jornadas. No conocía la ciudad y aproveché para visitarla. Estando en la Galleria Nazionale delle Marche, me crucé con Paolo Fabbri en el patio principal. Con su sonrisa, cordialidad y generosidad habituales, charlamos brevemente sobre algunas cuestiones de mi tesis sobre el problema de la fama y me recomendó visitar con urgencia el Palazzo Ducale (él venía de allí), donde hacía pocos días se había inaugurado una exposición en la que por primera vez en varios siglos, tras la expoliación napoleónica, se reunían en sus posiciones originales los 28 hombres ilustres cuyos retratos decoraban el studiolo de Federico da Montefeltro: Homero, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Virgilio, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Dante, Petrarca, entre tantos otros. Una iniciativa extraordinaria.

Dadas las circunstancias, y aprovechando esta petición de homenajearlo, me consiento imaginarlo como parte integrante de ese panteón de hombres ilustres para la cultura italiana y para eso que llamamos Europa. Imaginar, ese verbo complicado en el que sobre todo subyace la idea de imagen, de re-presentación. Sobre la imaginación Fabbri defendió que “tiene sus reglas narrativas y lógicas, pero no se limita a inferencias en mundos posibles: quiere interferir en mundos reales”.

Puede que la fama no esté pasando actualmente por su mejor etapa. Precisamente por eso, en ocasiones se hace necesario recuperar la riqueza de su concepción clásica. Aquella que hace referencia al honor, a lo insigne y lo ilustre, a la transmisión de una tradición (oral en sus orígenes) que no negocia con la muerte, sino, tal y como nos enseñó Petrarca, con entidades más poderosas como el tiempo o la eternidad. Jorge Lozano, su amigo y discípulo, y a quien debemos agradecer esa presencia habitual de Fabbri en España, nos ha recordado hace poco el lema que acuñaron: “honor, pudor, dignidad”. Creo que así será recordado, junto a un amplísimo corpus de intervenciones, de entrevistas, de textos sobre temas variadísimos que hoy constituyen una guía, un camino, y una encrucijada. Eternamente agradecido Paolo.

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Paolo Francescutti (Universidad Rey Juan Carlos I)

A Fabbri lo recuerdo sentado en el estrado del salón de actos de Ciencias de Información de la Complutense. Como en ocasiones anteriores (y posteriores), había venido invitado por Jorge Lozano, quien le consideraba el más cualificado, junto a Eco, para evidenciar la sagacidad de la “mirada semiótica” (términos acuñados por el propio Paolo). Aquella vez habló de la información en la guerra (estábamos en pleno conflicto de Irak). A la mitad de la conferencia, con una acrobacia asociativa en la que era tan ducho, pasó a explayarse sobre la pintura de batallas y el papel de las nubes en ese género extinto. A la hora del debate, e ilustrando la tesis de la comunicación como suma de malentendidos, un despistado le criticó por no oponerse a la invasión de Irak, pues había confundidocon ardor marcial la pasión con la que describió la comunicación estratégica. Los demás habíamos asistido a una cabal demostración de cómo la mirada semiótica enfoca el tema del momento desde el ángulo más inesperado y genera una reflexión fascinante. Así lo recuerdo a Fabbri: un intelectual anterior a la Era del JCR: enciclopédico, curioso, agudo, riguroso y libre; o sea, de los que quedan pocos.

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¡El susurro de Paolo Fabbri!

Rayco González (Universidad de Burgos)

Nunca podré olvidar la primera línea que leí de Paolo Fabbri: “el compromiso, o la apuesta, de la semiótica es decir algo sensato sobre el sentido”. Corresponde a las palabras introductorias de la edición de 2001 de su libro probablemente más importante: El giro semiótico (1996). En aquel lejano año de 2003, cuando cayó en mis manos por primera vez esta obra todavía era un ávido estudiante universitario que buscaba alguna guía intelectual que despertara el estímulo que las rutinas universitarias prefieren adormecer o narcotizar. Fabbri se aprestaba a impartir una conferencia en la Universidad Complutense, organizada por mi maestro y amigo Jorge Lozano. El tema que trató entonces —lo sabría con la mayor cercanía futura— sería el eje vertebrador de su propio pensamiento semiótico: la guerra, el conflicto, tema central además de una de sus últimas publicaciones (Elogio del conflicto, 2017).

Ahora bien, creo que ninguna otra frase puede condensar mejor el valor de la figura de Paolo Fabbri, por varias razones. Comenzaré por el compromiso. Un estilo de vida se define por la observancia de alguna regla de manera más o menos estricta. Si Fabbri era estricto en algo, sin duda, era en el compromiso intelectual y académico. Su manera de comportarse se regía por una ética intelectual firme e inquebrantable hasta sus últimos días con el proyecto que fue su propio proyecto de vida: la semiótica.

Además, su forma favorita de relacionarse con el conocimiento científico era la apuesta, o, si se prefiere, el desafío. Fabbri desafiaba los conceptos sin abandonar la ortodoxia. Recuerdo vívidamente cuando, mientras subíamos una de las empinadas cuestas de su Urbino, Fabbri me insistía en la necesidad de encontrar objetos de estudio novedosos. No es casual que dedicase tanta atención a las vanguardias históricas… Esta actitud intelectual es, probablemente, lo que mantuviera activa su curiosidad y su brillante creatividad científica.

Este sentido del desafío también se podía colegir perfectamente de su refinado arte de la conversación. Hablar con Fabbri implicaba un profundo sentido de desafío intelectual. Contrariamente a la dialéctica platónica, donde el diálogo no tiene el valor de duelo verbal y tiende al acuerdo convergente, el sentido de los diálogos con Fabbri se acercaba al sentido de dialogismo bajtiniano, donde se amplifica el sentido de una curiosa divergencia coincidente, de la apertura de vías intelectuales y metodológicas. Fabbri te exponía como interlocutor a ráfagas de ideas como disparos en direcciones aparentemente inconexas y una constante exposición a la improvisación siempre coherente y argumentativamente sensata.

Alejado siempre de las fórmulas de moda y de las maneras epigramáticas, Fabbri era un conversador aventurero, lo cual le granjeó la merecida fama de maestro. En un sencillo libro de Theodore Zeldin titulado Conversación (2000), se habla de la “Nueva Conversación” en la esfera académica y profesional como aquella forma de diálogo que despierta y estimula las mentes. Fabbri cultivaba con ahínco incansable esta noble arte, que Zeldin vincula con el clasicismo grecorromano y el Renacimiento europeo.

Me queda solo la sensatez… sensatez y sentido van estrechamente de la mano. Lo opuesto a esta pareja conceptual es lo hermético y lo delirante. Fabbri sobrecargaba el saber de un exceso de claridad. Tal vez esta capacidad notable de decir lo sensato lo convierte en una voz permanente y sugerente. Me atrevo a decir que para muchos de nosotros, aquellos que nos consideramos sus deudores, Fabbri permanecerá como una experiencia susurrante, que Roland Barthes definía como momentos irruptivos del sentido.

La palabra inimitable de Fabbri, el último testimonio de lo inactual, seguirá interpelándonos, ¡cual susurro!, aún cuando sus interlocutores, demasiado actuales, desaparezcamos. Gracias, Maestro.

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Roco Mangieri (Universidad de Los Andes, Venezuela)

Eravamo a Caracas nel 1995 in una sosta durante il nostro programma di interscambio internazionale tra la AVS e la AISS, in un seminario sulla semiotica narrativa della cittá. Paolo aveva preso la parola per parlarci sul movimento "a contracorrente" della gente nelle grandi cittá latinoamericane ed europee. Il suo "punctum" era quello di dirigere la nostra percezione su le piccole mosse tattiche dei corpi urbani mentre si muovono e agiscono all´interno del ritmo della cittá e il suo discorso si intrecciava sempre di piú sulla grande isotopía del ritmo. Se il testo urbano dispone di una partitura, ci diceva, dovrebbe lasciare degli spazzi in bianco, in tal modo che le mosse tattiche del corpo abbiamo un suo agio nella produzione di senso del testo-cittá. Paolo parlava come si scrivesse e viceversa. Non é un tratto comune tra noi semiotici ma é un segno trascendente e immanente allo stesso tempo: " senti caro Rocco, bisogna scrivere sempre come se fosse la última volta nella tua vita, solo cosí, avrai se non la certezza ma la joissance dello scrittore...".

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Paolo Fabbri: el semiólogo italiano que amaba la escritura azteca

Alfredo Tenoch Cid Jurado (Coordinador Cátedra de Semiótica Umberto Eco / Ex presidente de la Federación Latinoamericana de Semiótica)

Paolo Fabbri retornó a Italia después de concluir su encargo como director del Istituto Italiano di Cultura en París, para volver a integrarse de nuevo a la universidad de Bolonia. Sin embargo, no encontró la Italia que había dejado años atrás. La Tangentopoli, nombre usado para denominar a la cantidad de juicios por corrupción al viejo sistema de partidos políticos italianos, modificó el orden de las cosas. Un ambiente rebosante de efervescencia, afectado por cambios y ataques infundados, marcó el cambiado semblante de la vida cotidiana en el país mediterráneo. A Fabbri lo esperaban, como siempre, la Alma Mater Studiorum y sus cursos en el DAMS Dipartimento di Discipline di Arte, Musica e Spettacolo, y con su regreso adquirieron gran vitalidad, pues además era el tiempo de Il giro semiótico.

Umberto Eco lo aguardaba con algunas sorpresas. Una de ellas, la codirección de dos tesis: la de Antonio Perri y la mía. Ambas exploraban el problema de las escrituras no fonéticas desde la semiótica visual, enfrentándose al lastre interpretativo del fonetismo y del llamado “fonocentrismo”. Algunos años antes, el seminario del doctorado abordó en 1995 la cuestión de la escritura y realizó un congreso sobre el tema, llevado a cabo en el entonces Istituto Italiano per la America Latina de Roma, a cargo de Fernando Macotela y con los auspicios de la Embajada de México, inaugurándose en Italia el espacio para la discusión sobre esa confluencia. La llegada de Fabbri aportó infinidad de recursos filosóficos. Dichas tesis tuvieron reconocimiento y desembocaron en el primer congreso. La ciudad de Perusia, a través de su Circolo Amerindiano, cedió un salón para la reunión y Paolo Fabbri accedió a dar la conferencia de apertura. Joaquín Galarza, conocido en Francia e Italia como el Champollion de la escritura azteca, presentó los avances de su investigación. Claudi Esteva Fabregat compartió sus experiencias mexicanas como antropólogo de la cultura y formador de investigadores. Y el mismo Fabbri recalcó cómo y por qué el impacto de las unidades visuales, los glifos, llamaron la atención de los europeos y diversos religiosos dieron cuenta de ello, desde los franciscanos hasta los jesuitas. Su biblioteca en la ciudad de Rimini poseía los más importantes autores, desde Athanasius Kircher hasta Joseph de Acosta.

Ese primer encuentro no fue el único. Las visitas de Fabbri a la Ciudad de México tuvieron siempre una cita obligada en el Museo Nacional de Antropología e Historia, el museo de la Piedra del Sol, donde escuchaba junto a algún nuevo acompañante la explicación del Codex Boturini o Tira de la peregrinación y de las escenas guerreras de la Piedra de Tízoc. Su contribución hacía distinta cada visita, pero nunca faltaba algo nuevo que aportar.

Las observaciones a los documentos, la aguda perspectiva semiótica, el activo ojo semiótico para despertar problemáticas, sugirieron en conjunto más de una investigación y la dirección de disertaciones de pregrado y de posgrado. El recorrido por el Museo era el pretexto para motivar a nuevos jóvenes interesados en el estudio de la cultura visual de un pasado indígena plagado de fenómenos visuales y de una variedad de estrategias para construir los significados. La tarea –dijo Fabbri repetidamente– consistía y aún radica en develar esas estrategias para ampliar la perspectiva occidental en el uso de las imágenes.

Si bien las redes del significado solo eran visibles por medio de la mirada sintética de la otredad y ampliadas por el ojo semiótico, donde un buen plato de mole, su platillo favorito, recomendado por su amigo Italo Calvino para degustarlo cuando visitase México, también algún cóctel margarita con tequila o un mural de Diego Rivera fueron testigos para él del abigarrado gusto por la combinación y por el siempre presente horror vacui de la cultura mexicana. Mas el trabajo nunca disminuyó. Por el contrario, aumentó con el paso del tiempo, no solo en sus visitas a México, sino también en los encuentros con mis estudiantes en Lieja, Buenos Aires, Imatra y Helsinki, los cuales confirmaron la vocación formadora de espíritus observadores y analíticos practicada por el profesor Fabbri. Con esa vocación, Paolo garantizó la continuidad de la semiótica. Muchas gracias, querido Paolo. Ahora estás en el Mictlan, lugar de reposo después de la vida para los mesoamericanos. Allí nos encontraremos y una vez más miraremos el mundo a través de sus formas de generar sentido con la semiótica, nuestra inagotable “caja de herramientas”.

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In Memoriam. Paolo Fabbri

Lydia Elizalde (Universidad Autónoma del Estado de Morelos)

Siento mucho la muerte del respetable profesor Paolo Fabbri. Su legado es valioso en artículos, libros y conferencias.

En 20012 presentó una memórale Conferencia Magistral en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (Cuernavaca, México)

Comparto el cartel y el artículo que se derivó de esta extraordinaria reflexión sobre los signos en los sueños. Seguirá en nuestras reflexiones semióticas desde su particular forma de profundizar las materialidades y definiciones de los signos en la contemporaneidad.

“Bruscos signos de los sueños”. Revista Inventio #9, 2013. Traducción de Alfredo Cid.https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4242239

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Algunas imágenes.